En las entrañas de la Penitenciaría Regional del Litoral, un coloso de hormigón y alambradas en la vía a Daule de Guayaquil, la tuberculosis no es solo una enfermedad: es un verdugo silencioso que devora vidas en el anonimato de pabellones hacinados. Este jueves 26 de septiembre de 2025, un grito de auxilio reverberó desde sus muros a través de un mensaje desesperado compartido en redes sociales por un seguidor de un canal comunitario. "Dios me los bendiga a todos les saluda Mr Kony", comienza el texto, firmado por un recluso que, bajo el alias que evoca un pasado turbulento, suplica ayuda para combatir un mal que lo carcome: tuberculosis pulmonar. "Estoy pasando por un proceso muy fuerte de salud y les pido de todo corazón su ayuda. Tengo que comprar unos medicamentos que son caros aquí donde me encuentro y mi familia es de bajos recursos, mi mamá me ayuda con lo que más puede a pesar que tiene una edad avanzada. Por favor ayúdenme, se los pido de todo corazón. Dios me los bendiga hoy, mañana y siempre."
Detrás de Mr Kony late una vida truncada por la pobreza y el crimen. Su familia, de "bajos recursos" como él dice, lucha contra el costo de fármacos como rifampicina e isoniazida, que en farmacias externas superan los 100 dólares mensuales —una fortuna para una madre mayor que malvive de remesas esporádicas. En el interior, el economato penitenciario ofrece versiones genéricas, pero escasas y a precios inflados por intermediarios. Historias como la de Diego Armando Estupiñán, 37 años, condenado por robo y muerto en septiembre por tuberculosis agravada por negligencia, o Allan Sarmiento, 32, quien solicitó un habeas corpus para atención hospitalaria horas antes de exhalar su último aliento en agosto, multiplican el eco de su súplica. En agosto, 14 reclusos perecieron en 48 horas, muchos por esta plaga; en septiembre, el pabellón 1 vio dos cuerpos sin violencia aparente, de 26 y 32 años.Esta penitenciaría, bajo control militar desde febrero con 43 contenedores de la Armada vigilando sus 12 pabellones, es un polvorín sanitario en medio del conflicto armado interno declarado en 2024. Reubicaciones del Grupo de Tarea 71.2 han dispersado a 401 enfermos a la cárcel Regional Guayas, pero el hacinamiento persiste, fomentando contagios en un 40% anual, según la Organización Panamericana de la Salud. Familias como la de Henry Herrera Echeverría, preso por narcotráfico y al borde de la muerte en el pabellón 8, claman en Facebook y X por donaciones o intervenciones de la ONU y la OEA. "Es un abandono sistemático", acusa el CDH, que en septiembre exigió declaratoria de emergencia ante 40 muertes confirmadas por tuberculosis en ocho meses.El mensaje de Mr Kony, con su fe ingenua en un Dios que bendice "hoy, mañana y siempre", trasciende las rejas como un faro en la niebla guayaquileña. Mientras el Servicio Nacional de Atención a Privados de Libertad (SNAI) promete más tamizajes y el MSP insiste en que "no hay crisis", la tos colectiva del Litoral interroga al Estado: ¿cuántas súplicas más para que el cerco epidemiológico sea más que un parche? En Guayaquil, donde el río Guayas lame los muelles como testigo mudo, esta tuberculosis no solo enferma cuerpos, sino que infecta el alma de una nación que debe elegir entre el olvido y la redención. Si alguien lee esto y puede ayudar —con medicamentos, visibilidad o presión a autoridades—, el eco de Mr Kony espera respuesta. Porque en el Litoral, la vida no se mide en días, sino en alientos robados.
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