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LA LEYENDA DEL GUAGUA AUCA

 Sin un solo centavo en los bolsillos, el borracho salió de la cantina cerca de la media noche. Lo había perdido todo apostando al cuarenta. Menos mal su compadre de toda la vida le invitó a unos cuantos tragos de contrabando, sino le hubiera tocado aguantarse la derrota a secas. 


       Dirigió los pasos hacia su hogar ubicado cerca del cementerio. Caminó por el Penipe desierto de calles en penumbra, cercos de cabuyo negro y lúgubres sombras de cedros en la oscuridad. En medio de la embriaguez, estuvo consciente cuando pasaba frente al campo santo. Aceleró sin atreverse a dirigir ni una sola mirada a las tumbas porque le aterraba. Dobló a la derecha en la esquina y anduvo unos metros más. Ahí estaba el lugar que le advirtió su abuela señalándolo con el índice ¡Huy, cuidado con esa parte del cementerio hijito!, por ahí ronda el diablo. 


       No le sorprendió la mala fama de ese sector del panteón, pues por causa de las novelerías de la iglesia, ahí era donde se enterraban a los suicidas y a los niños que morían sin el perdón del pecado original. El borracho pensó que la noche se tornaba cada vez más oscura, de pronto, escuchó el llanto de un bebé. Fue un ruido casi imperceptible, un leve quejido entrecortado apenas audible, al cual, no le prestó atención. Siguió caminando, avanzó unos cuantos pasos más, y entonces el llanto fue más evidente. Era un lamento desgarrador, un cloqueo repentino y estridente que le pareció el de un recién nacido. El borracho samaritano buscó por todas partes al bebé, fue difícil por la ausencia de luz, pero al final lo halló, debajo de un enorme cabuyo negro, estaba envuelto como una humita llorando sin tregua.

 De pronto afloraron los sentimientos altruistas del borrachín, que compasivo, lo tomó entre sus brazos, pensó que su mujer podría cuidarlo por esa noche, mientras buscaban a la madre desnaturalizada que lo había abandonado. Le pareció que el niño no podía moverse, de manera que lo desenvolvió con ternura y le dijo, Mira qué lindo bebe ¿Por qué te abandonaron? 


     Siguió su camino con el infante en brazos, todavía no terminaba de cruzar por el lado izquierdo del cementerio, cuando se fatigó por el esfuerzo de la carga. Sintió que la embriaguez le pesaba también, no conseguía caminar en línea recta y el bulto era más pesado a cada paso que daba, aunque esta última afirmación, le pareció dudosa, de manera que se detuvo para comprobar la certeza de su absurda percepción acerca del peso del niño ¿Cómo podía un bebé crecer tan rápido? 


    Levantó el velo que le cubría el rostro, mudo de espanto fue testigo de cómo la fisonomía de la creatura cambió. Los ojos se le crisparon, sus rasgos se tornaron diabólicos y le crecieron unos colmillos descomunales. Papá, Papá, ve qué lindos ojos tengo. Papá, Papá ve qué lindos dientes tengo, dijo el niño con voz gutural.  En menos de un minuto el borracho estuvo sobrio por el golpe del susto, pero se quedó paralizado. Papá, Papá, ve qué lindo rabo tengo. Cuando el diabólico bebé dijo esto, el joven salió del estupor y vio que tenía entre los brazos al demonio en persona, no supo de dónde sacó fuerzas para arrojarlo por los aires y salir corriendo tan pronto como sus pies le permitieron.


     Al siguiente día, encontraron al desafortunado joven, estaba despatarrado muy cerca del la esquina izquierda del panteón, tenía residuos de espuma en la boca. Los vecinos no dudaron que el guagua auca fue el responsable, pues hace poco un niño murió sin el sacramento del bautismo.



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