En el corazón rural de Paján, un cantón de Manabí donde las plantaciones de cacao y banano se funden con el rumor constante del río Portoviejo, la tarde del miércoles 24 de septiembre de 2025 se quebró con una alerta que heló el pulso de la comunidad. Alrededor de las 16:45, una llamada anónima al ECU 911 reportó un cuerpo inerte en el sector de La Trinidad, una parroquia periférica de apenas 5.000 almas, salpicada de fincas familiares y senderos de tierra roja que serpentean hacia las estribaciones andinas. Personal de la Policía Nacional del Ecuador (PNE), con el subteniente Marco Vinicio López al mando de la subestación local, irrumpió en el sitio: un claro boscoso junto a un afluente del río, donde matorrales altos y el zumbido de insectos ocultaban lo que pronto se revelaría como una tragedia sin respuesta inmediata. Allí yacía Anderson Tovar M., un joven de aproximadamente 22 años, sin signos vitales evidentes, con el rostro pálido y extremidades laxas, como si el sueño eterno lo hubiera reclamado en medio de su rutina diaria.
Anderson, conocido en Paján como "el Andi" por su afición al fútbol en las canchas improvisadas del barrio El Carmen, era hijo de un agricultor de maíz y una costurera que malvivía de remesas esporádicas. Nacido y criado en La Trinidad, un rincón olvidado donde el 70% de los jóvenes abandona los estudios por el trabajo en fincas —según datos del INEC de 2024—, Tovar soñaba con emigrar a Manta para unirse a una tripulación pesquera, escapando del ciclo de pobreza que ataba a su generación. Sus últimos días, según vecinos que lo vieron el martes por la noche en la pulpería de doña Mercedes, transcurrieron en aparente normalidad: una cerveza compartida con amigos, risas sobre el próximo partido de Barcelona SC y planes para una cita con una muchacha de la parroquia vecina. "Era un chamaco alegre, siempre con la moto prestada de su primo, zumbando por los caminos", rememoró el tendero, un señor de 58 años con manos callosas, mientras observaba el cordón policial que delimitaba el área con cinta amarilla ondeante bajo la brisa vespertina.Los uniformados, equipados con guantes y linternas pese a la luz crepuscular, confirmaron la ausencia de pulso y respiración en el acto, notando moretones sutiles en los brazos y un hematoma incipiente en la sien que podría sugerir un golpe o una caída. No había charcos de sangre ni casquillos de bala a la vista, pero el terreno revuelto —huellas de botas y marcas de arrastre— levantó sospechas iniciales de un posible forcejeo. El Servicio de Medicina Legal de Portoviejo fue convocado de urgencia, y el levantamiento del cuerpo se realizó bajo protocolo estricto: el cadáver, envuelto en una sábana mortuoria, fue trasladado en una furgoneta refrigerada al centro forense, donde una autopsia preliminar programada para el jueves descartaría o confirmaría causas como asfixia, intoxicación o trauma contuso. Mientras tanto, el caso pasó a las instancias judiciales de la Fiscalía Provincial de Manabí, con el fiscal de turno, Dr. Javier Andrade, ordenando peritajes toxicológicos y análisis de ADN para rastrear cualquier rastro biológico en la escena.
Paján, con su plaza central adornada por una iglesia colonial del siglo XVIII y un mercado dominical que atrae a vendedores de Cuenca, no es ajeno a los enigmas mortales. Este cantón de 25.000 habitantes, enclavado a 40 minutos de Manta por la vía al Pacífico, ha visto un goteo constante de decesos inexplicables en 2025: en junio, un agricultor de 35 años fue hallado sin vida en un cafetal de La Atacacuna, atribuido a un paro cardíaco por exceso de trabajo; en agosto, una adolescente de 17 apareció en un barranco de la parroquia San Isidro, víctima de una sobredosis accidental de pesticidas mal etiquetados. Según el Observatorio de Violencia de Manabí, la provincia acumula 45 muertes "sospechosas" en lo que va del año, muchas en zonas rurales donde el acceso a servicios médicos es un lujo —solo un centro de salud básico en Paján atiende a miles, con ambulancias que tardan horas en llegar—. La Trinidad, con su geografía de quebradas y manglares ribereños, se presta a estos dramas: un lugar donde los jóvenes como Anderson se aventuran solos en busca de atajos o escapadas, expuestos a riñones clandestinos, deudas de juego o incluso disputas territoriales por cultivos ilícitos que, aunque no dominantes como en Esmeraldas, comienzan a filtrarse desde el sur.
La indagación policial avanza con cautela. Entrevistas puerta a puerta en La Trinidad han recopilado testimonios fragmentados: un pastor evangélico vio una moto desconocida rondando el claro la noche anterior, y la novia de Anderson, contactada vía celular, admitió una discusión reciente por celos, aunque juró no saber de su paradero. La PNE ha desplegado patrullajes nocturnos en el sector, instalando una UPC temporal, y el alcalde de Paján, Bolívar Armijos, emitió un comunicado lamentando la pérdida y prometiendo apoyo a la familia Tovar —que ya recibe donaciones comunitarias para el sepelio en el cementerio parroquial—. "Anderson era como un hijo para todos; esto nos duele como una espina en el alma", expresó la madre, Rosa Mero, en un breve intercambio con periodistas locales, con los ojos enrojecidos por el llanto y las manos aferradas a un rosario.
Este deceso, aún envuelto en el velo de lo incierto, interpela a una Manabí que lidia con sus demonios invisibles: la deserción juvenil, la salud precaria y la sombra alargada de la violencia que, aunque no siempre armada, cobra vidas en silencio. Mientras la autopsia revela sus secretos —prevista para el viernes—, La Trinidad llora en velorios improvisados bajo toldos de palma, donde cánticos de pasillo manabita se entremezclan con preguntas sin respuesta. En Paján, donde el río susurra secretos al viento, la muerte de Anderson Tovar no es solo un cierre prematuro: es un llamado a iluminar los rincones oscuros de una tierra fértil pero herida, antes de que otro joven se pierda en sus sombras. Las autoridades urgen a la comunidad a colaborar con tips anónimos al 1800 DELITO, recordando que el esclarecimiento depende de la voz colectiva en un cantón donde el silencio, a veces, es el mayor cómplice.
Anderson, conocido en Paján como "el Andi" por su afición al fútbol en las canchas improvisadas del barrio El Carmen, era hijo de un agricultor de maíz y una costurera que malvivía de remesas esporádicas. Nacido y criado en La Trinidad, un rincón olvidado donde el 70% de los jóvenes abandona los estudios por el trabajo en fincas —según datos del INEC de 2024—, Tovar soñaba con emigrar a Manta para unirse a una tripulación pesquera, escapando del ciclo de pobreza que ataba a su generación. Sus últimos días, según vecinos que lo vieron el martes por la noche en la pulpería de doña Mercedes, transcurrieron en aparente normalidad: una cerveza compartida con amigos, risas sobre el próximo partido de Barcelona SC y planes para una cita con una muchacha de la parroquia vecina. "Era un chamaco alegre, siempre con la moto prestada de su primo, zumbando por los caminos", rememoró el tendero, un señor de 58 años con manos callosas, mientras observaba el cordón policial que delimitaba el área con cinta amarilla ondeante bajo la brisa vespertina.Los uniformados, equipados con guantes y linternas pese a la luz crepuscular, confirmaron la ausencia de pulso y respiración en el acto, notando moretones sutiles en los brazos y un hematoma incipiente en la sien que podría sugerir un golpe o una caída. No había charcos de sangre ni casquillos de bala a la vista, pero el terreno revuelto —huellas de botas y marcas de arrastre— levantó sospechas iniciales de un posible forcejeo. El Servicio de Medicina Legal de Portoviejo fue convocado de urgencia, y el levantamiento del cuerpo se realizó bajo protocolo estricto: el cadáver, envuelto en una sábana mortuoria, fue trasladado en una furgoneta refrigerada al centro forense, donde una autopsia preliminar programada para el jueves descartaría o confirmaría causas como asfixia, intoxicación o trauma contuso. Mientras tanto, el caso pasó a las instancias judiciales de la Fiscalía Provincial de Manabí, con el fiscal de turno, Dr. Javier Andrade, ordenando peritajes toxicológicos y análisis de ADN para rastrear cualquier rastro biológico en la escena.
Paján, con su plaza central adornada por una iglesia colonial del siglo XVIII y un mercado dominical que atrae a vendedores de Cuenca, no es ajeno a los enigmas mortales. Este cantón de 25.000 habitantes, enclavado a 40 minutos de Manta por la vía al Pacífico, ha visto un goteo constante de decesos inexplicables en 2025: en junio, un agricultor de 35 años fue hallado sin vida en un cafetal de La Atacacuna, atribuido a un paro cardíaco por exceso de trabajo; en agosto, una adolescente de 17 apareció en un barranco de la parroquia San Isidro, víctima de una sobredosis accidental de pesticidas mal etiquetados. Según el Observatorio de Violencia de Manabí, la provincia acumula 45 muertes "sospechosas" en lo que va del año, muchas en zonas rurales donde el acceso a servicios médicos es un lujo —solo un centro de salud básico en Paján atiende a miles, con ambulancias que tardan horas en llegar—. La Trinidad, con su geografía de quebradas y manglares ribereños, se presta a estos dramas: un lugar donde los jóvenes como Anderson se aventuran solos en busca de atajos o escapadas, expuestos a riñones clandestinos, deudas de juego o incluso disputas territoriales por cultivos ilícitos que, aunque no dominantes como en Esmeraldas, comienzan a filtrarse desde el sur.
La indagación policial avanza con cautela. Entrevistas puerta a puerta en La Trinidad han recopilado testimonios fragmentados: un pastor evangélico vio una moto desconocida rondando el claro la noche anterior, y la novia de Anderson, contactada vía celular, admitió una discusión reciente por celos, aunque juró no saber de su paradero. La PNE ha desplegado patrullajes nocturnos en el sector, instalando una UPC temporal, y el alcalde de Paján, Bolívar Armijos, emitió un comunicado lamentando la pérdida y prometiendo apoyo a la familia Tovar —que ya recibe donaciones comunitarias para el sepelio en el cementerio parroquial—. "Anderson era como un hijo para todos; esto nos duele como una espina en el alma", expresó la madre, Rosa Mero, en un breve intercambio con periodistas locales, con los ojos enrojecidos por el llanto y las manos aferradas a un rosario.
Este deceso, aún envuelto en el velo de lo incierto, interpela a una Manabí que lidia con sus demonios invisibles: la deserción juvenil, la salud precaria y la sombra alargada de la violencia que, aunque no siempre armada, cobra vidas en silencio. Mientras la autopsia revela sus secretos —prevista para el viernes—, La Trinidad llora en velorios improvisados bajo toldos de palma, donde cánticos de pasillo manabita se entremezclan con preguntas sin respuesta. En Paján, donde el río susurra secretos al viento, la muerte de Anderson Tovar no es solo un cierre prematuro: es un llamado a iluminar los rincones oscuros de una tierra fértil pero herida, antes de que otro joven se pierda en sus sombras. Las autoridades urgen a la comunidad a colaborar con tips anónimos al 1800 DELITO, recordando que el esclarecimiento depende de la voz colectiva en un cantón donde el silencio, a veces, es el mayor cómplice.
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