En un mundo donde el teléfono vibra como extensión del alma, las estafas telefónicas han encontrado terreno fértil en las ciudades de Ecuador, y este viernes 26 de septiembre de 2025, un nuevo caso ha encendido las alarmas en las redes sociales. Un mensaje compartido por un usuario en un canal comunitario expone una táctica que ya no sorprende, pero sigue atrapando desprevenidos: "Llaman y saben tus nombres completos, para decir que has salido seleccionada para ganarte un smartwatch por tus consumos en supermercados y cuando les dices que no tienes tarjeta de crédito se le caen las ganas de pedir más información y seguir jodiend0." La advertencia, escrita con la crudeza de quien esquivó un engaño, destapa una modalidad de estafa que explota datos personales y promesas de regalos para desvalijar cuentas bancarias o robar identidades en un país donde la desconfianza ya es moneda corriente.
El modus operandi es tan viejo como el timo, pero con un giro digital que lo hace más letal. La víctima recibe una llamada de un número con prefijo local —a menudo de Guayaquil (+593 4) o Quito (+593 2)—, donde una voz entrenada, con acento neutro y tono entusiasta, asegura que ha sido "seleccionada" para un premio: un smartwatch de última generación, un vale de compras o incluso un viaje, todo supuestamente respaldado por consumos en cadenas de supermercados como Mi Comisariato, Supermaxi o Megamaxi. El anzuelo es personalizado: los estafadores recitan nombres completos, cédulas parciales o hasta direcciones aproximadas, extraídas de filtraciones masivas de datos que han plagado Ecuador desde 2019, cuando 20 millones de registros personales quedaron expuestos en un servidor no seguro de Novaestrat, una empresa de marketing. "Sabían mi nombre, mi segundo apellido y hasta el barrio donde vivo", relata el usuario anónimo, cuya experiencia resuena con miles de denuncias en plataformas como X, donde hashtags como #EstafasEcuador acumulan cientos de reportes semanales.El engaño avanza cuando la víctima, deslumbrada por la idea de un regalo gratuito, confirma datos o comparte información adicional. Aquí entra el golpe: los estafadores piden verificar una tarjeta de crédito para "procesar el envío" o cubrir un "costo logístico" de 10 a 50 dólares, a menudo solicitando códigos OTP (One-Time Password) enviados por SMS, la llave maestra a cuentas bancarias. Si la víctima, como en este caso, declara no tener tarjeta, la llamada se corta abruptamente, dejando tras de sí solo el eco de una oportunidad perdida y un alivio amargo. "Se les cayó el teatro cuando dije que pago todo en efectivo", agrega el usuario, evidenciando cómo la ausencia de un plástico puede ser, paradójicamente, un escudo en este juego de engaños.Ecuador no es nuevo en este campo minado. Según la Fiscalía General del Estado, las estafas telefónicas y digitales crecieron un 40% en 2024, con más de 12.000 denuncias registradas, muchas vinculadas a call centers clandestinos operando desde Guayaquil, Esmeraldas y hasta cárceles como la Penitenciaría del Litoral, donde reclusos con acceso a celulares orquestan timos bajo la protección de bandas como Los Choneros. En mayo de 2025, un operativo en Durán desmanteló una red que usaba bases de datos robadas de operadoras móviles para extorsionar, con ganancias estimadas en 200.000 dólares mensuales. Estos grupos no solo compran información en la dark web —donde un paquete con 1.000 cédulas y números telefónicos cuesta apenas 50 dólares—, sino que explotan la vulnerabilidad de un país donde el 60% de la población no tiene educación financiera básica, según el Banco Central del Ecuador.
El caso del smartwatch no es aislado. En julio, una ola de llamadas prometiendo "bonos de desarrollo humano" falsos dejó a 300 familias en Quevedo sin ahorros tras compartir códigos bancarios. En Quito, una estafa similar ofrecía "tablets educativas" a cambio de depósitos en cuentas de PayPhone, un sistema de pagos que dificulta rastrear el dinero. La Superintendencia de Bancos ha emitido alertas semanales, pero los estafadores evolucionan: usan números temporales generados por apps como TextNow, operan desde VPNs en el extranjero o incluso contratan actores con acento extranjero para sonar más "corporativos". En un post de X, un usuario de Manta resumió la frustración colectiva: "Llaman a las 8 de la mañana, saben todo de ti, y si no caes, te insultan. Esto es el Far West digital".La Policía Nacional, a través de su Unidad de Cibercrimen, recomienda colgar de inmediato ante cualquier llamada sospechosa, no compartir datos personales y reportar números al ECU911. Sin embargo, la lucha es desigual: solo el 10% de las denuncias por estafa telefónica llegan a judicializarse, según la Defensoría del Pueblo, y las condenas rara vez superan los dos años. Mientras tanto, la ciudadanía se organiza: grupos de WhatsApp en barrios como Sauces o Mapasingue intercambian listas de números fraudulentos, y canales en Telegram como "Ponte Pilas Ecuador" acumulan 15.000 seguidores que alertan en tiempo real. Pero el mensaje del usuario anónimo es más que un aviso; es un grito de resistencia en un país donde el teléfono, herramienta de conexión, se ha convertido en arma de doble filo.
En las calles de Guayaquil, donde el calor sofoca y la desconfianza pesa más que el sol, este caso del smartwatch recuerda una verdad cruda: en Ecuador, el próximo timo está a una llamada de distancia. La recomendación es clara: no contestes números desconocidos, no compartas datos, y si suena demasiado bueno para ser verdad, cuelga sin mirar atrás. Porque en este juego, el premio no es un reloj inteligente, sino la tranquilidad de no haber caído en la trampa.
El modus operandi es tan viejo como el timo, pero con un giro digital que lo hace más letal. La víctima recibe una llamada de un número con prefijo local —a menudo de Guayaquil (+593 4) o Quito (+593 2)—, donde una voz entrenada, con acento neutro y tono entusiasta, asegura que ha sido "seleccionada" para un premio: un smartwatch de última generación, un vale de compras o incluso un viaje, todo supuestamente respaldado por consumos en cadenas de supermercados como Mi Comisariato, Supermaxi o Megamaxi. El anzuelo es personalizado: los estafadores recitan nombres completos, cédulas parciales o hasta direcciones aproximadas, extraídas de filtraciones masivas de datos que han plagado Ecuador desde 2019, cuando 20 millones de registros personales quedaron expuestos en un servidor no seguro de Novaestrat, una empresa de marketing. "Sabían mi nombre, mi segundo apellido y hasta el barrio donde vivo", relata el usuario anónimo, cuya experiencia resuena con miles de denuncias en plataformas como X, donde hashtags como #EstafasEcuador acumulan cientos de reportes semanales.El engaño avanza cuando la víctima, deslumbrada por la idea de un regalo gratuito, confirma datos o comparte información adicional. Aquí entra el golpe: los estafadores piden verificar una tarjeta de crédito para "procesar el envío" o cubrir un "costo logístico" de 10 a 50 dólares, a menudo solicitando códigos OTP (One-Time Password) enviados por SMS, la llave maestra a cuentas bancarias. Si la víctima, como en este caso, declara no tener tarjeta, la llamada se corta abruptamente, dejando tras de sí solo el eco de una oportunidad perdida y un alivio amargo. "Se les cayó el teatro cuando dije que pago todo en efectivo", agrega el usuario, evidenciando cómo la ausencia de un plástico puede ser, paradójicamente, un escudo en este juego de engaños.Ecuador no es nuevo en este campo minado. Según la Fiscalía General del Estado, las estafas telefónicas y digitales crecieron un 40% en 2024, con más de 12.000 denuncias registradas, muchas vinculadas a call centers clandestinos operando desde Guayaquil, Esmeraldas y hasta cárceles como la Penitenciaría del Litoral, donde reclusos con acceso a celulares orquestan timos bajo la protección de bandas como Los Choneros. En mayo de 2025, un operativo en Durán desmanteló una red que usaba bases de datos robadas de operadoras móviles para extorsionar, con ganancias estimadas en 200.000 dólares mensuales. Estos grupos no solo compran información en la dark web —donde un paquete con 1.000 cédulas y números telefónicos cuesta apenas 50 dólares—, sino que explotan la vulnerabilidad de un país donde el 60% de la población no tiene educación financiera básica, según el Banco Central del Ecuador.
El caso del smartwatch no es aislado. En julio, una ola de llamadas prometiendo "bonos de desarrollo humano" falsos dejó a 300 familias en Quevedo sin ahorros tras compartir códigos bancarios. En Quito, una estafa similar ofrecía "tablets educativas" a cambio de depósitos en cuentas de PayPhone, un sistema de pagos que dificulta rastrear el dinero. La Superintendencia de Bancos ha emitido alertas semanales, pero los estafadores evolucionan: usan números temporales generados por apps como TextNow, operan desde VPNs en el extranjero o incluso contratan actores con acento extranjero para sonar más "corporativos". En un post de X, un usuario de Manta resumió la frustración colectiva: "Llaman a las 8 de la mañana, saben todo de ti, y si no caes, te insultan. Esto es el Far West digital".La Policía Nacional, a través de su Unidad de Cibercrimen, recomienda colgar de inmediato ante cualquier llamada sospechosa, no compartir datos personales y reportar números al ECU911. Sin embargo, la lucha es desigual: solo el 10% de las denuncias por estafa telefónica llegan a judicializarse, según la Defensoría del Pueblo, y las condenas rara vez superan los dos años. Mientras tanto, la ciudadanía se organiza: grupos de WhatsApp en barrios como Sauces o Mapasingue intercambian listas de números fraudulentos, y canales en Telegram como "Ponte Pilas Ecuador" acumulan 15.000 seguidores que alertan en tiempo real. Pero el mensaje del usuario anónimo es más que un aviso; es un grito de resistencia en un país donde el teléfono, herramienta de conexión, se ha convertido en arma de doble filo.
En las calles de Guayaquil, donde el calor sofoca y la desconfianza pesa más que el sol, este caso del smartwatch recuerda una verdad cruda: en Ecuador, el próximo timo está a una llamada de distancia. La recomendación es clara: no contestes números desconocidos, no compartas datos, y si suena demasiado bueno para ser verdad, cuelga sin mirar atrás. Porque en este juego, el premio no es un reloj inteligente, sino la tranquilidad de no haber caído en la trampa.
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