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Balas en la Noche Manabita: Erick Adrián Arias del Campo, el Ingeniero Acribillado, Deja Dos Heridos en Jaramijó

 En las sombras alargadas de una noche que prometía solo el aroma a pan recién horneado, el cantón Jaramijó —ese rincón pesquero de Manabí donde el Pacífico susurra promesas de calma— se vio irrumpido por el estruendo de la muerte la noche del jueves 25 de septiembre de 2025. Erick Adrián Arias del Campo, un ingeniero civil de 38 años con un futuro trazado en planos y proyectos costeros, se convirtió en la última víctima de la plaga de sicariato que asfixia la provincia. Alrededor de las 21:45, mientras charlaba despreocupado en los exteriores de la panadería "El Buen Sabor" —un local familiar en el sector central de la cabecera cantonal, donde el vapor de las empanadas se mezcla con el salitre marino—, una ráfaga de al menos 20 disparos de armas cortas lo envolvió en un infierno de plomo. Los proyectiles, de calibre 9 mm y posiblemente de una escopeta recortada según los casquillos iniciales, lo alcanzaron en el torso, brazos y piernas, derrumbándolo sobre la acera empedrada en un charco de sangre que reflejaba las luces tenues de un poste callejero. Erick, con su característica gorra de béisbol ladeada y una sonrisa que desarmaba tensiones en reuniones de obra, no tuvo chance de refugiarse; la muerte fue casi inmediata, un borrón violento que silenció sus risas para siempre.

El ataque, ejecutado con la precisión quirúrgica de un comando entrenado —tres hombres en dos motocicletas que huyeron hacia la vía a Montecristi, según testigos que se asomaron desde las rejas de sus casas—, no discriminó en su furia. Dos víctimas colaterales, transeúntes inocentes atrapados en el fuego cruzado, resultaron heridas: una mujer de 45 años, empleada de la panadería que salía con una bolsa de bollos para su familia, recibió un balazo en la pierna izquierda, fracturando el fémur y causándole una hemorragia profusa; y un adolescente de 16 años, que pedalaba en su bicicleta de reparto para una pizzería local, fue impactado en el hombro derecho, con el proyectil alojado cerca de la clavícula. Ambos fueron evacuados de urgencia en ambulancias del MSP al Hospital José María Velasco Ibarra de Jaramijó, donde cirujanos lucharon por estabilizarlos durante horas críticas. "La señora gritaba por su hija pequeña que la esperaba en casa; el chico solo pedía su mamá", relató un paramédico anónimo, con la voz quebrada por el peso de una rutina que ya no distingue entre culpables e inocentes. Hasta el amanecer del viernes, los heridos se reportaban estables, pero bajo vigilancia en la UCI, con pronósticos que oscilan entre cirugías reconstructivas y traumas psicológicos que perdurarán como cicatrices invisibles.
Erick Adrián Arias del Campo no era un rostro anónimo en la tela social de Jaramijó. Nacido en Portoviejo en 1987, hijo de un pescador artesanal y una maestra rural, se graduó como ingeniero en la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí (ULEAM) en 2010, con una tesis sobre infraestructuras antisísmicas para zonas costeras que aún se cita en seminarios locales. Radicado en Jaramijó desde 2015, dirigía una pequeña firma de consultorías, "Arias Construcciones", especializada en puertos menores y ampliaciones de muelles para la flota atunera —proyectos que lo ponían en el radar de contratos con Petroecuador y la Cámara de Pesca de Manabí—. Amigo de la comunidad, Erick era el tipo que organizaba asados en la playa de Puerto Atún para recaudar fondos para escuelas, y que acababa de firmar un convenio para reforzar el malecón contra el oleaje erosivo. "Estaba emocionado por su próximo viaje a Guayaquil para una feria de ingeniería; decía que Jaramijó merecía puentes que duren generaciones", evocó su socio de negocios, Luis Mendoza, en un velorio que ya se armaba en la parroquia San José bajo velas parpadeantes y murmullos de incredulidad.La Policía Nacional del Ecuador (PNE), alertada por el estruendo que despertó a medio cantón, desplegó unidades del Distrito Jaramijó en minutos: patrulleros con luces azules barriendo la oscuridad, peritos del SIC iluminando la escena con focos portátiles para mapear trayectorias balísticas y recolectar 23 casquillos dispersos como confeti mortal. El coronel Víctor Zambrano, jefe zonal, confirmó en una conferencia improvisada al alba: "Es un sicariato selectivo; Erick no tenía antecedentes, pero su trabajo en obras portuarias lo expuso a envidias o extorsiones". Las indagaciones apuntan a un posible móvil ligado al crimen organizado: Jaramijó, con su muelle como puerta trasera para cargamentos ilícitos desde Colombia, es territorio disputado por Los Choneros y disidencias como Los Águilas, que cobran "vacunas" en licitaciones de infraestructura. En agosto de 2025, un operativo en Puerto Atún capturó a seis presuntos sicarios con armas similares, vinculados a una masacre en Manta, dejando 362 homicidios en Manabí para esa fecha —y ahora, con Erick, el contador sube a 383 en el distrito Manta-Jaramijó-Montecristi, un ritmo de más de uno diario que ahoga la esperanza.
Este crimen no surge de la nada en un cantón de 20.000 almas, donde el 60% vive de la pesca y el turismo incipiente. En julio, un ingeniero similar fue baleado en Rocafuerte por disputas contractuales; en marzo, un ataque a una panadería en Tarqui dejó tres heridos colaterales, eco de la violencia que fluye como el río Jaramijó hacia el mar. La familia de Erick —esposa embarazada de su segundo hijo y una niña de 4 años— clama justicia en redes, con una campaña que ya recolecta firmas para más patrullajes FF.AA. El alcalde de Jaramijó, Roberto Zambrano, juró en un comunicado: "No permitiremos que el terror apague nuestras luces; reforzaremos la seguridad en comercios". Mientras el cuerpo de Erick viaja al Servicio Médico Legal de Manta para autopsia, la panadería "El Buen Sabor" cierra sus puertas en duelo, y los heridos luchan por amaneceres sin miedo.En Jaramijó, donde las olas rompen contra muelles que Erick ayudó a soñar, este acribillamiento no es solo una estadística: es el robo de un constructor de futuros, un recordatorio de que en Manabí, la ingeniería de la vida se frustra bajo ráfagas anónimas. Las autoridades ofrecen 20.000 dólares por información al 1800 DELITO, pero en las calles salinas, el silencio es un pacto forzado. ¿Cuántos ingenieros más caerán antes de que los puentes de justicia se levanten firmes? Hoy, el Pacífico llora con más fuerza, y Jaramijó enciende una vela por Erick, esperando que su sangre no sea en vano.


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